viernes, 20 de junio de 2014

A y B

Bueno, siquiendo con los planes hoy como toca os traigo un relato. Lo he titulado A y B, ya que está narrado por dos personas distintas: A es una chica, y B es un chico. A ver qué os parece :3

A:


 Salí a trompicones del café al borde de las lágrimas. Necesitaba estar sola. Después de que me hubiera soltado eso necesitaba pensar y ver qué era lo que hacía, si de verdad merecía la pena quedarme a su lado o no.

La gente que estaba paseando por el parque se giraba al verme pasar corriendo a su lado, preocupados por mí al parecer. No sabía qué hacer. Podía ir hasta casa y coger la maleta, ya preparada para irme. O simplemente podría dejar de correr e ir en su busca.

La última idea no me desagradaba. Al fin y al cabo habían sido casi cinco años a su lado, y sabía que lo que sentía hacia él no era simplemente amistad. Pero lo que ponía en duda era lo que él sentía. Si hubiera sentido lo que yo, no hubiera hecho eso. Pero me lo había contado, lo que significaba que le importaba de verdad.

Sacudí la cabeza intentado alejar los pensamientos contradictorios de mi cabeza. Paré en seco y con la respiración entrecortada me giré esperando encontrarme con su característico pelo rojo. Pero no había nadie.

Estaba cansada, y empezaba a sudar, por lo que decidí sentarme bajo la sombra de un gran cerezo. En el fondo lo hacía porque quería esperarle, porque tenía la esperanza de que iba a venir en mi busca, confesarme que me quería y que de verdad sentía lo que había hecho.

Suspiré y ya calmada me sequé las lágrimas y las pequeñas gotas de sudor que habían emergido en mi rostro. Una suave brisa arremolinaba mi pelo y hacía que la sensación de calor no fuera tan agobiante.
Me pensé la idea de dormir un poco, puesto que la noche anterior no había dormido casi nada pensando todo el rato qué era lo que me tenía que decir, pero rápidamente descarté la idea. Si dormía no iba a verle pasar.

Si es que iba a venir.

Lentamente  los minutos pasaron hasta convertirse en horas. Cuando las campanadas de la iglesia del parque dieron las ocho me levanté y retomé mi camino hacia casa.

No podía ocultar mi decepción y más de una vez las ganas de llorar amenazaron por asomarse a través de mis ojos, pero las reprimía con todas mis fuerzas. No quería venirme abajo en medio de la calle.

Antes de girar cada esquina me daba la vuelta dubitativa, esperando encontrarme a un pelirrojo corriendo hacia mí y gritando mi nombre. Pero con cada mirada hacia atrás mi corazón se desquebrajaba un poco más.

Era tonta, lo sabía. No entendía cómo podía seguir manteniendo la esperanza de que fuera a venir en mi busca. Una vez escuché que la esperanza era lo último que se perdía. Por lo visto tenían razón.

Al final llegué al portal de mi casa, pero esta vez no me giré. Al entrar al portal alguien se chocó conmigo, pero no me gire para disculparme. Él tampoco lo hizo, lo que me enfadó un poco. Igual en otro momento le hubiera dicho algo, cuando no tuviera ganas de llorar.

Al meter la llave en la puerta de casa las lágrimas empezaron a asomar por mis ojos. Los sollozos no tardaron en llegar. Al entrar en casa cogí la maleta e intenté mirar el piso vacío, pero las lágrimas me lo impedían. Las habitaciones, llenas de recuerdos, se desfiguraban.

Hacía tiempo que había decidido mudarme. Había estado mirando casas durante meses, y por fin había encontrado lo que buscaba. En un principio estaba segura, pero según pasaban los días las dudas surgían en mi interior con más intensidad. 

Al final me di cuenta de que lo único que me retenía aquí era él. Por lo tanto decidí que si de verdad tenía que quedarme, él me pediría que lo hiciera. Pero nunca lo hizo. Y hoy, que era el último día que me quedaba para vivir en esta casa, esperaba que me pidiera que me quedara a su lado. Pero no lo hizo. Y nunca lo hará.

Salí de casa y dejé las llaves en el buzón como le prometí al chico del alquiler. Intenté calmarme y a paso seguro emprendí el camino hacia la estación de tren. Llegué a mi destino antes de lo que me esperaba, y compré el billete del primer tren que se dirigía hacia la ciudad donde se encontraba mi próximo hogar.

El tren salía dentro de media hora, por lo que me sobraba tiempo. Decidí dar un paseo por la estación de tren, y me adentré en las tiendas en busca de algo que me entretuviera en el viaje. Cuando por fin una voz femenina dio el primer aviso me dirigí hacia el tren con un nuevo libro en la mano. Miré el reloj, quedaban diez minutos para que el tren saliera.

Ya estaba completamente calmada, y sin más dilación me subí al vagón correspondiente. Pero pronto las dudas volvieron a florecer en mí, e indecisa salí al andén esperando que él viniera en mi busca por última vez.

Al final el revisor me advirtió de que el tren estaba a punto de marcharse, por lo que me monté de nuevo. Finalmente, mirando el paisaje pasar rápidamente por las ventanas asumí que no lo volvería a ver nunca más.


B:
 
 Nada más verla salir de la cafetería supe que había metido la pata. Dejé un billete de diez euros esperando que con eso bastara y salí corriendo detrás de ella. Me costó un poco llegar a distinguirla, pero fue lo suficiente para ver cómo se adentraba en el parque.

Seguramente se dirigía hacia su casa, por lo que decidí atajar por la calle principal. Si no calculaba mal, llegaría antes que ella a su casa, donde la esperaría. Seguí corriendo calle arriba, sin pararme por miedo a que ella llegara antes a casa.

¿Cómo había podido ser tan tonto de habérselo dicho así? Me costaba encontrarle lógica a mis ideas ahora que las había cumplido. En un principio había decidido pedirle primero que se quedara y luego contarle lo de la noche de carnavales, pero al poco cambié de planes. Era mejor contarle primero la verdad y luego pedirle que se quedara.

Así si me perdonaba y se quedaba, vería que le importaba de verdad.

Pero lo que no había previsto era que se lo fuera a tomar así. Aunque la acción dejaba claro que me quería. Y que le había hecho daño de verdad. Nunca me había arrepentido tanto de algo, y la agonía me llenaba por dentro.

No me quedé tranquilo hasta que llegué al portal. Milagrosamente me encontré con una vecina que me abrió la puerta con una sonrisa. Ella me conocía de todas las veces que había ido a casa de ella.
Subí las escaleras de dos en dos hasta llegar a la puerta de su piso. Era imposible que hubiera llegado, pero para asegurarme llamé a la puerta. Como me esperaba, no obtuve respuesta, por lo que me senté en el rellano con la espalda apoyada en la puerta y esperé.

Estaba seguro de que iba a venir, de que iba a volver a su casa para recoger las cosas e irse. Pero según pasaban los minutos las dudas empezaban a bombardear mi mente. ¿Y si no tenía por qué parar en casa? ¿Y si se había ido a casa de su madre?  Poco a poco estas ideas iban tomando más y más consistencia.

Las horas pasaron lentamente, agonizándome con cada minuto que pasaba. Y finalmente me di cuenta de que no iba a volver, de que no iba a volver a verla. Solté un sonoro suspiro y empecé a bajar las escaleras con lentitud, aun manteniendo la esperanza de que iba a subir.

Pero no pasó, y con lo único que me encontré fue con alguna maleducada vecina que se chocó conmigo. No me limité siquiera en fijarme en quién era, lo único que quería era llegar a casa. No sabía qué era lo que iba a hacer ahora sin ella.

Si no hubiera sido tan tonto… Aunque ella también podría haberme esperado, podría haberse dado media vuelta y buscarme. O simplemente llamarme. Podría haberla llamado yo, pero como se iba a cambiar de país había decidido conseguir un número allí.

Llegué a mi casa un buen rato después, completamente agotado. No tenía ganas de nada, por lo que me tumbé en el sofá y encendí la tele con la casi inexistente esperanza de mantenerme distraído. Pero mi mente todo el rato estaba ocupada pensando en ella.

Entonces me di cuenta.

Aún tenía una oportunidad. Una última oportunidad. Si no lo intentaba no me iba a perdonar en toda mi vida. Dejando todo como estaba, sin limitarme a apagar la televisión, me dirigí corriendo hacia la estación de tren.

Me costó mucho llegar, pero cuando lo hice fui directamente hacia la taquilla. Con la respiración entrecortada pedí un billete de tren, pero me respondieron que no quedaban tickets. 

Fue un golpe duro, pero a pesar de ello no lo di todo por perdido. Quedaban cinco minutos para que el tren saliera de la estación, por lo que si se iba en ese tren seguramente estuviera por las tiendas de la estación, sabía que le encantaba mirarlas para hacer tiempo.

Desesperado fui corriendo de tienda en tienda gritando su nombre, sin recibir ninguna respuesta. Recorrí todas las tiendas lo mejor que pude, pero no la encontraba. Por fin dieron la última llamada para montarse en el tren.

Salí corriendo hacía la puerta de embarque, pero para cuando llegué el tren ya se había puesto en marcha. Miré a través de la ventana cómo se alejaba del andén, cómo se llevaba a la persona que había dejado escapar y que nunca volvería a ver.

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